El filme Alfredo Sadel: aquel cantor (Alfredo Sánchez, Venezuela, 2000) nos muestra varias facetas del artista: el ejemplar hijo y padre, el luchador político, el talentoso cantante de ópera y –sobre todo- el cantor del sentir popular. Es decir, el hombre que interpretó todos los boleros, los valses, los pasodobles y los joropos. Cosa que también han hecho Julio Iglesias, Nana Mouskouri, Plácido Domingo con sus otros dos tenores, y que está a punto de lograr Luis Miguel, entre otros. Es decir, se nos muestra eso que los medios masivos llaman el lado humano de una personalidad pública –o sea, de un político o de un artista casi exclusivamente-, como si el ser artista o político excluyera el ser humano. O al menos eso es lo que se entiende cada vez que escuchamos tal tipo de afirmación en la radio o en la televisión.
En todo caso, el lado humano de cualquier humano famoso se reduce, según nos han enseñado la prensa y la televisión gringas, a contar unas cuantas anécdotas personales –si tienen un tono oscuro, sórdido, o cuando menos melodramático, mejor- que pueden elevar a cualquier no gente a la categoría de Premio Nobel de la Paz. O, por el contrario, degradar a un artista genial a la categoría de subhumano por el hecho de haberle dado una nalgada a su hijo en público.
Tal como está construido el filme de Sánchez, Alfredo Sadel: aquel cantor puede ser considerado en cada uno de los aspectos de la vida de Sadel arriba citados para luego comentarlo en su globalidad. En primer lugar, está la infancia del cantor. Caraqueño, de origen humilde, abandonado por el padre y criado por mujeres –madre y tía, claro está-, no puede resultar un mejor ejemplo de tesón, de ese hombre popular que también comenzó desde pequeño y que logró surgir a punta de esfuerzo, ingenio y un insuperable talento para algo.
Y no quiere decir esto que el ascenso social de Alfredo Sadel carezca de méritos. Es que el autor del filme expone esa característica de manera tan codificada que resulta excesivamente estereotipada y, lamentablemente, con un estilo casi siempre utilizado para exaltar la figura de personalidades públicas, pero pocas veces populares.
La segunda parte evoca los inicios del cantante y sus primeros reconocimientos nacionales. También es la parte dedicada a la lucha política. Sadel es mostrado como un hermoso ejemplar del sexo masculino, sexy –no podemos negar que sí alcanzó mucho éxito entre las jóvenes de los 50-, con una espléndida sonrisa Pepsodent, comedido ante las fiestas, las opiniones y los vicios, garboso y distinguido. Es también la época en que empezará a mostrar cierta simpatía hacia Acción Democrática.
Aparte de su notable ascenso, esta parte del filme destaca ciertas características políticas de la personalidad de Sadel. Un pequeño problema: el texto destaca como una gran cualidad del hombre el hecho de no haber aceptado públicamente, nunca, vínculo alguno con Acción Democrática o con la política –salvo el estar casado con la hija de uno sus líderes-. Cabe la duda: ¿realmente es esto una cualidad? ¿Lo era para la época? Lo es hoy, en todo caso, y en especial lo consideran una cualidad algunos jóvenes y otros no tan jóvenes algo disfuncionales, entre los que se cuentan ciertos cineastas… “jóvenes”.
La tercera parte recrea el gran éxito –bastante duradero, por demás- de Sadel. Es en esta etapa de su vida cuando Sadel abandona la música popular para estudiar y dedicarse a la ópera. Quizás sea ésta la parte más interesante del filme pues se presenta, aunque de manera muy velada, cierta polémica sobre si ésta fue una decisión acertada o no por parte del cantor.
Luego de esto, el dramático final del cantante, su enfermedad, los homenajes –uno en el Teatro teresa Carreño y otro en Miraflores, donde Carlos Andrés Pérez, presidente de la república, con lágrimas en los ojos (imagen impresionante y casi inolvidable por tratarse de quien se trata) impone una condecoración al cantante- y después su muerte. ¡Imágenes del entierro acompañadas por la voz de Ilan Chester interpretando su empalagosa versión del Himno Nacional!
En cuanto a la forma de construcción de la obra, se debe destacar la habilidad del autor, quien a través de diversas grabaciones y testimonios logra que sea el propio Sadel quien narre el filme. De ese modo se evita el tono afectada y falsamente dulzón de Chile Veloz interpretando -¿o imitando?- a Edgar Anzola en El misterio de los ojos escarlata (Alfredo Anzola, Venezuela, 1993) o el tono lírico-sentimental-patriótico-objetivo de José Ignacio Cabrujas o de Jaime Suárez en los documentales sobre Medina Angarita y López Contreras y Rómulo Betancourt, respectivamente.
Por último, y tal vez el más significativo de los aspectos, está el manejo de las entrevistas. Ya se ha dicho hasta el cansancio: el filme pretende reafirmar la imagen de Sadel como personaje y cantante popular -sea través del bolero o el canto lírico-. Sin embargo, las personas seleccionadas para hablar del lado humano de Sadel no son, precisamente, personajes del pueblo. Se trata, por nombrar sólo algunos, de Plácido Domingo, José Balza, Libertad Lamarque, Lucho Gatica, Armando Manzanero y algunos ejecutivos de la industria del cine norteamericano que tuvieron el placer de conocerlo. Son éstos, intelectuales, artistas, empresarios extranjeros, estrellas del cine y la música, quienes hablan del artista popular, pero ni un personaje del pueblo. Por decir algo, la señora que fue a verlo al Teatro Nacional, o el señor que conquistó a su actual esposa con las canciones del artista, o el quiosquero del centro que ha hecho de su punto de venta un templo dedicado a la figura en cuestión. Es decir, se ignora completamente la representación del pueblo aunque la intención del filme sea reconstruir la imagen de una figura popular.
Ricardo Azuaga
*Con motivo de la exhibición, al parecer exitosa, del filme Alfredo Sadel: aquel cantor en el cine Paseo Plus se citan fragmentos de la nota crítica publicada en Cine-oja, Nº 30 (diciembre 2001) en el momento de su estreno.