El Caracazo (2005)
En 1997 Chalbaud terminaba Pandemonium con una escena, la imagen emblemática del Caracazo histórico, el pueblo cargando televisores, piezas de res, cajas con cualquier cosa, en medio de una enorme euforia, compartida y admirablemente poetizada por el realizador. En 2005 Chalbaud desarrolla un cuento completo sobre El Caracazo. Pura ficción a pesar de que la narración corresponde a los hechos como sucedieron. Pero sólo a su sinopsis. La real historia que comenzó el 27 de febrero está bien resumida en la sentencia sobre el caso de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos (1999) y este resumen es más o menos la sinopsis de la película de Chalbaud. Está bien. Pero la sinopsis va creciendo, va tomando cuerpo, se conforma en imágenes, palabras, sonidos. El esqueleto se cubre de carne. Y la carne que se aporta es puro bofe. El Caracazo sigue el esquema típico de los épicos norteamericanos. Conflicto, masas en lucha, y muchos personajes individualizados con sus amoríos, sus dolores, sus horrendas crueldades, sus placeres y algunas de sus ideas. Las proporciones de masas y héroes varían. Chalbaud pone una cantidad enorme de historias personales y muy poco de masas. Mucho de los amores y desventuras familiares de Alejo y Mara, y muy poco sobre el grupo de motorizados con el que andan. Mucho de Gregorio y su entorno familiar, y muy poco de Gregorio liderando una manifestación -que termina en masacre- en la Av. Bolívar. Los característicos indigentes de los filmes de Chalbaud y la infaltable loca que nos ofrece no una sino dos largas actuaciones. El coronel duro pero bueno, que abastece el hospital, calma a los jóvenes soldados, se lamenta de las ejecuciones extrajudiciales y termina exaltando, varios años después, el nuevo papel de las FAN en la Revolución. Y tantas otras. Muchísimas pequeñas historias fatalmente estereotipadas, con sus enmohecidas actuaciones y su sofocante aire de mala telenovela. Cuando se estrenó Pandemonium Ambretta Marrosu escribía “es una respuesta nueva, confesional y crítica, hiriente y compasiva, a las interrogantes que nos acosan, en cuanto inmersos en este auténtico, específicamente nuestro ‘fin de mundo`... una especie de derecho al caos instaurado por la película”. Toda aquella fuerza y toda aquella poesía desaparecen en El Caracazo. Lástima.
Alfredo Roffé
Publicado en Ultimas Noticias el jueves 8 de diciembre de 2005
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