Tierra de los muertos (Land of the Dead, 2005)
Con La noche de los muertos vivientes (1968, Night of the Living Dead), George A. Romero se convirtió en un cineasta de culto. El término “culto”, en esta acepción, expresa la adhesión irracional -o el rechazo igualmente desprovisto de todo argumento- a determinados filmes o directores, por parte de un pequeño pero persistente grupo de fanáticos –o detractores. A lo largo ya de cuatro décadas Romero ha explotado el argumento de los muertos que, por errores de la carrera espacial, se reaniman y se dedican a devorar a los vivos, convirtiéndolos a su vez en zombies. Sorprende la escasa capacidad de este autor para introducir variaciones en su fórmula original, ya que en Dawn of the dead (1978) y Day of the dead (1985) repite más o menos la misma historia de los vivos acorralados por los muertos en una situación claustrofóbica que da rienda suelta a todos los conflictos sociales e individuales, con énfasis en la presentación visual de la carne muerta y el canibalismo, aderezados con abundante sangre y cuerpos desmembrados. El culto a los filmes de Romero es explicable en términos de su bajo presupuesto, reflejado en una factura barata que el director no intenta disimular, y en la aspiración a un discurso político muy simplificado. Y es que el rechazo a Hollywood ha llegado a traducirse, en ciertos círculos, en la adhesión al cine barato, mal hecho y de mal gusto, por oposición a los estándares industriales y las superproducciones de gran presupuesto.
En Tierra de los muertos (2005, Land of the Dead), Romero resucita su fórmula veinte años después de Day of the Dead. En esta oportunidad, algo cambia. Por una parte, la factura no es ya tan barata, aunque el mal gusto se mantiene como muestra de coherencia autoral. Por otra parte, el título ya no contiene una referencia temporal, es decir, no es la noche, ni el amanecer, ni el día. El significado tiene implicaciones territoriales y la historia es, precisamente, la de cómo los muertos vivientes adquieren una cierta capacidad de comunicación y logran, gracias a ella, atravesar las barricadas de la ciudad en que los vivos habitan, confinados por la amenaza de los zombies. Para deleite de los teóricos poscoloniales el film, por su ambigüedad semántica, se presta a toda clase de lecturas seudopolíticas, revolucionarias o no. Zombies como aliens, zombies como excluidos, vivos como opresores o como oprimidos, guerrilla urbana muy parecida a los Hell’s Angels, un malo riquísimo apellidado Kaufman, inmigrantes de origen hispanoamericano, un enorme rascacielos que atrae a los zombies para atacar la ciudad, mujeres buenotas, marimachas o buenotas marimachas… En fin, lo que podríamos llamar un auténtico arroz con mango de referencias que cada quien puede interpretar de acuerdo con su ideología, con el estado de su humor en el momento de ver la película, con los niveles de corrección política aprobados por su comunidad o según los ataques terroristas más recientes.
María Gabriela Colmenares
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