King Kong (2005)
En los años treinta se realizaron tres films norteamericanos en los que se tradujeron grandes mitos clásicos a la nueva realidad cultural industrial del Occidente. Drácula (1931), Frankenstein (1931) y King Kong (1933). Todas originaron infinidad de copias y secuelas, siendo menos las de King Kong. Probablemente porque su tema de fondo es el más cercano a la condición humana. En estos días se exhibe la última versión (Peter Jackson, 2005). Realizado con absoluto convencionalismo en los mismos estudios neozelandeses de El Señor de los Anillos, cuenta con la mejor fábrica de efectos especiales en el mundo. Las preguntas esenciales ¿qué simbolizan Kong y Anne, la heroína? ¿Kong ama a Anne? ¿ama Anne a Kong? ¿dónde queda la ciega y desbordante pulsión sexual? están totalmente ignoradas. Kong es un pobre príncipe, protector, púdico, sensible, amante de los atardeceres, transformado en monstruo por algún siniestro embrujo y Anne un cuerpo puro cuya única pulsión es la caridad cristiana que la empuja a querer salvar a Kong. Al final, en la cúspide del Empire State, para desterrar cualquier mal pensamiento, Anne y Jack se abrazan tiernamente. Para goce de algunos y tortura de otros, gran parte de los 187 minutos de King Kong son Jurassic Park 9 con impresionantes dinosaurios y un muestrario infinito de voraces insectos y moluscos.
Alfredo Roffé
Publicado en Ultimas Noticias el jueves 22 de diciembre de 2005
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