El hijo perdido (Betty Fisher et autres histoires, 2001)
Se trata de una obra que demuestra la importancia de la construcción expresiva en las proposiciones temáticas e ideológicas de un film. La historia se ocupa de las buenas y las malas madres en dos clases sociales y en dos generaciones. Al inicio del film, todo parece presagiar un dramón de gigantescas proporciones. A medida que se desarrolla el relato, sin embargo, Claude Miller subraya con trazos gruesos las coincidencias inauditas que llevan a un final rocambolesco, desdibuja los estereotipos (la mujer deseada por todos es una coja patética, el chulo no consigue explotar a su víctima, el amante negro es el bobo de la partida), destruye la posibilidad de cualquier desbordamiento sentimental y presenta hechos que podrían trastornar la trama sin preparar al espectador. Así, el anunciado llanto no aparece por ninguna parte y cede el puesto a la risa. Todo para dejar el instinto maternal como uno más de los cuentos chinos con los que se suele disfrazar la lógica de los afectos.
María Gabriela Colmenares
Publicado en Ultimas Noticias el jueves 6 de abril de 2006
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